Cuando nada es seguro… todo es posible…
La vida, en general, y la humana en particular, está llena de incertidumbre. Así como decimos que lo único constante en el universo es el cambio, podemos decir que sólo podemos tener certeza de la incertidumbre.
Sin embargo, en nuestro vivir diario, buscamos, aparentamos, deseamos, asumimos, vivimos, muchas veces, llenos de certeza.
¿Qué es lo que nos mueve a ésto? ¿Miedo? ¿Prevención? ¿Ceguera? ¿Arrogancia? ¿Falta de confianza en nosotros, en los otros, en la vida misma?
¿Cuál es el costo que pagamos por nuestras certezas? Donde hay certeza no hay misterio, no hay asombro, no hay lugar para la posibilidad, no tiene sentido investigar, explorar, preguntar, crear. No hay nada por descubrir.
¿Qué pasaría si abandonáramos, por un ratito nomás, algunas certezas? Digo “algunas certezas”, porque convengamos que hay certezas que funcionan, que nos permiten movernos, que nos dan buen resultado. Por ejemplo, pongo agua al fuego, el agua se calienta, puedo hacerme un té, un café, etc. Fantástico !!!
Ahora, ¿qué pasa en aquellas situaciones donde no estamos satisfechos con los resultados obtenidos? En nuestra vida personal, íntima, nuestros afectos, el trabajo, la empresa, el país. ¿Cuáles con las certezas que no cuestionamos? ¿Qué podríamos inventar o descubrir, si estas certezas no fueran tan ciertas? ¿Qué nuevas posibilidades se abrirían?
Muchas veces, estas certezas son invisibles para nosotros mismos. Otras, no queremos enfrentarnos a la posibilidad de ver una alternativa distinta. Parte del trabajo de un Coach Ontológico es ir descubriendo y cuestionando, con respeto y cuidado, estas certidumbres que producen inefectividad y malestar.
Sí, es verdad, yo no tengo ninguna certidumbre, ni siquiera la certidumbre de la incertidumbre. De modo que creo que todo pensamiento es… bueno, conjetural.
Jorge L. Borges
AXIOMA
Hay verdades dulces, pero no son eternas.
Hay verdades dulces, porque no son eternas.
No hay verdades eternas.
Y dulces hay muy pocas.
No hay verdades eternas,
porque no hay certidumbres,
ni tan siquiera una.
Verdad y certidumbre no son el mismo asunto.
La verdad es humana
y, como tal, es insegura y débil,
o clama justicia o calla acobardada,
e implora compasión cuando se la persigue.
Es veleidosa y múltiple, frágil y palabrista,
si le conviene, miente, o al menos se acomoda,
y encontramos en su debilidad su gloria verdadera.
La certidumbre, en caso de que exista,
pertenece a otro mundo, que quizá es pensable,
pero no imaginable, y menos aún vivible,
y nunca viene a cuento, y en nada nos concierne.
Mi amor es dulce, y también es verdad.
La más dulce que tengo. Y tanto su firmeza,
como su duración, me son desconocidas.
Mi amor tampoco es mi certidumbre,
es todavía mucho más hermoso.
Mi amor es dulce y además me colma
de esa verdad humana, clara y frágil.
Mi amor me mueve y además me empuja,
como un peso,
el dulce peso que me obliga a ser,
para que yo ahora ame.
En su dulzura nada me retiene.
En su verdad nada me pone límites.
Ninguna eternidad promete tanto.
Enric Soria (Andén de cercanías)
“Sodos sueñan con la libertad , pero estan enamorados de sus cadenas.”
Rumi
“Las convicciones son cárceles.”
Federico Nietzsche
“La vida humana es inseguridad.”
Julián Marías
“La gente no le tiene miedo al cambio, sino a la incertidumbre que genera el cambio”.
Alvin Toffler
“La cosa más maravillosa que podemos experimentar es el misterio.”
Albert Einstein
Cuando operamos bajo el prejuicio cultural inherente a la ‘objetividad’, no podemos confiar en nuestro interlocutor. Al no establecerse la confianza recíproca en la convivencia, no se despliega la sensación de seguridad entre los agentes en la conversación, razón por la cual se mueve en el que quiere lograr algo la emoción del control y del dominio que niegan al otro y socavan el respeto por sí mismo y por el otro. Estas emociones, creencias y acciones impiden la dinámica de la coexistencia en la mutua aceptación.
Humberto Maturana
LA FÁBULA DE LOS CIEGOS
Durante los primeros años del hospital de ciegos, como se sabe, todos los internos detentaban los mismos derechos y sus pequeñas cuestiones se resolvían por mayoría simple, sacándolas a votación. Con el sentido del tacto sabían distinguir las monedas de cobre y las de plata, y nunca se dio el caso de que ninguno de ellos confundiese el vino de Mosela con el de Borgoña. Tenían el olfato mucho más sensible que el de sus vecinos videntes. Acerca de los cuatro sentidos consiguieron establecer brillantes razonamientos, es decir que sabían de ellos cuanto hay que saber, y de esta manera vivían tranquilos y felices en la medida en que tal cosa sea posible.
Por desgracia sucedió entonces que uno de sus maestros manifestó la pretensión de saber algo concreto acerca del sentido de la vista. Pronunció discursos, agitó cuanto pudo, ganó seguidores y por último consiguió hacerse nombrar principal del gremio de los ciegos. Sentaba cátedra sobre el mundo de los colores, y desde entonces todo empezó a salir mal.
Este primer dictador de los ciegos empezó por crear un círculo restringido de consejeros, mediante lo cual se adueñó de todas las limosnas. A partir de entonces nadie pudo oponérsele, y sentenció que la indumentaria de todos los ciegos era blanca. Ellos lo creyeron y hablaban mucho de sus hermosas ropas blancas, aunque ninguno de ellos las llevaba de tal color. De modo que el mundo se burlaba de ellos, por lo que se quejaron al dictador. Éste los recibió de muy mal talante, los trató de innovadores, de libertinos y de rebeldes que adoptaban las necias opiniones de las gentes que tenían vista. Eran rebeldes porque, caso inaudito, se atrevían a dudar de la infalibilidad de su jefe. Esta cuestión suscitó la aparición de dos partidos.
Para sosegar los ánimos, el sumo príncipe de los ciegos lanzó un nuevo edicto, que declaraba que la vestimenta de los ciegos era roja. Pero esto tampoco resultó cierto; ningún ciego llevaba prendas de color rojo. Las mofas arreciaron y la comunidad de los ciegos estaba cada vez más quejosa. El jefe montó en cólera, y los demás también. La batalla duró largo tiempo y no hubo paz hasta que los ciegos tomaron la decisión de suspender provisionalmente todo juicio acerca de los colores.
Un sordo que leyó este cuento admitió que el error de los ciegos había consistido en atreverse a opinar sobre colores. Por su parte, sin embargo, siguió firmemente convencido de que los sordos eran las únicas personas autorizadas a opinar en materia de música.
Hermann Hesse
No esté tan seguro
Mucha de la gente con que me encuentro desea desarrollar relaciones más armoniosas y satisfactorias. Pero no nos damos cuenta que ésto sólo se puede conseguir asociándonos a dos nuevas aliadas: la incertidumbre y la confusión.
Muchos de nosotros no fuimos entrenados para que nos gustara la confusión o admitir cuando nos sentimos vacilantes y dudosos. En nuestras escuelas y organizaciones, ponemos valor en el hecho de parecer seguros y con confianza. A la gente se le recompensa por declarar sus opiniones como si fueran hechos. La respuestas rápidas abundan; las pensativas han desaparecido. La confusión todavía tiene que emerger como un valor de orden más alto o como comportamiento que las organizaciones recompensen con más entusiasmo…
En este mundo cada vez más complejo, es imposible ver por nosostros mismos todo lo que está ocurriendo. La única manera de ver mejor la complejidad es preguntándole a otros sobre sus perspectivas y sus experiencias. Sin embargo, si nos abrimos nosotros mismos a sus percepciones disconcordantes, nos encontramos habitando en el incómodo espacio del ‘no saber’.
Es bien difícil renunciar a nuestra certidumbre: estas perspectivas, creencias y explicaciones nos definen y son el centro de nuestra identidad personal. La certeza es nuestra lente para interpretar lo que está sucediendo, y mientras nuestras explicaciones funcionen, sentimos una sensación de estabilidad y seguridad. Pero en un mundo cambiante, la certidumbre no nos brinda estabilidad; al contrario, crea más caos…
No podemos ser creativos si rehusamos la confusión. El cambio siempre comienza con la confusión; las interpretaciones que atesoramos deben ser disueltas para abrir camino a lo nuevo. Por supuesto que es aterrador renunciar a lo que conocemos, pero en el abismo es donde habita lo nuevo. Si superamos el miedo y entramos al abismo, volvemos a descubrir que somos creativos…
Margaret Wheatley
Por Pablo Buol